domingo, 8 de mayo de 2011

Como si nunca hubiera estado allí

Siempre me enorgullezco de decir que soy una persona sin prejuicios. Pero es mentira. Nadie que sea humano se puede considerar una persona sin prejuicios. Bueno sí…los niños de 3 años.

Desde que somos pequeños y empezamos a tener uso de razón, nos agarramos a dos cosas que nos da la seguridad para convivir con este mundo. La primera de ellas es el amor. Y la segunda son las referencias. Comparamos, medimos, parametrizados, colocamos, posicionamos, enumeramos…en definitiva, definimos las cosas y a las personas en base a adjetivos que nos llevan a tenerlo todo bien colocadito y en su sitio. “mamá, este es bueno o es malo” “mamá a eso juegan las niñas” “puaj mamá esto sabe a plátano” “mamá qué es más grande 49 ó 29”…

Sin referencias el mundo sería extraño y confuso. Estaríamos siempre sobre la cuerda floja. Saliendo constantemente de nuestra zona de confort. Estaríamos en un aprendizaje constante. Qué extraño ¿Verdad?. En un aprendizaje constante…como los niños.

Hace tres días viví una experiencia mágica. Y lo sorprendente es que era una experiencia repetida. Algo que ya había vivido. Sobre lo cuál ya tenía un juicio y cuya repetición llevaría implícito, sin lugar a dudas, el prejuicio. Pero…afortunadamente…existe la magia. Y la magia se produjo cuando eliminé los prejuicios. Cuando miré la situación como algo nuevo. Como si aterrizará en esa experiencia por primera vez. Y lo mejor...disfruté como un niño.

Y sabéis una cosa…independientemente del desenlace…me quedo con la magia. Con la magia de no haber estado nunca allí.

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