Mayo.
Sábado.
11:00am.
Terraza en Malasaña.
Café con leche.
Hay dos inglesas a mi lado que hablan de sus ligues,
mientras mastican unos churros.
El grupo habitual de los “sin techo” de la zona, ha tomado
una de las sillas de la terraza y los escalones de un portal. “la inmigrante
del pañuelo palestino”, el “no sin mi lata de cerveza”, “la que fue yonki en
los 80” y “el jubileta sin recursos”. Todos lanzan su discurso político sin
escucharse. Siempre el mismo. Cada uno saca un tema. Los fondos europeos, la
ilegitimidad en el puesto de la alcaldesa de Madrid…como todos están de acuerdo
no hay réplica.
En la mesa de al lado se han sentado dos tipos de
treintaytantos con jarras de cerveza y con ganas de continuar la fiesta. Sus
carcajadas y su burla parece no afectar a los “sin techo”. La costumbre llega a
hacer del desprecio algo que no se pone en cuestión. A veces incluso se asume
como merecido.
Una señora rozando los sesenta, pasa por
entre medias de las mesas con un carrito de la compra fucsia en el que se puede
leer “eat me”.
Doy un sorbo a mi taza de café mientras observo a otro
protagonista. El barbas moderno que no ha dejado de mirar su móvil desde que me
senté.
Al menos, otro en la mesa de al lado con pinta de guiri hace
como que lee un libro.
Aparece un nuevo “elemento” en esta reunión espontánea. Una
pelirroja rozando los cuarenta, acompañada de tres tipos y vestida sin ropa,
saluda de lejos a los dos de treintaytantos.
Se acerca a la mesa y les pregunta “¿Vosotros estabais en el
after verdad?” e inmediatamente se sientan todos juntos.
Lo que ha unido un after que no lo separe una terraza.
De todo lo absurdo de la conversación, lo único que saco en
claro, es que todos están de acuerdo en que es casi mediodía.
Y mientras tanto el barbas moderno sigue sin perderse ninguna de las publicaciones de sus amigos en Facebook.
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