sábado, 12 de septiembre de 2009

El día…

Después de haber deseado tanto olvidar tu nombre,

el día que lo olvidé no fue una gran alegría. Simplemente no fue.

Porque ya no me acordaba de tu nombre.

La noche que tus ojos abandonaron mis sueños,

no desaparecieron las lágrimas de los míos.

Simplemente retrocedieron para llorar por otros ojos más adelante.


El amanecer que tu boca nunca más volvió a tocar la mía,

mis labios y mi lengua acabaron en un cementerio de músculos…

…a la espera de que otro bello durmiente los despertara.


La tarde que tus manos abandonaron mis senos y que nunca más volvieron a alimentar tus dientes,

se secaron dejando dos bolsas de piel vacías y arrugadas.

Otro, con su aliento, los volvería a llenar de esperanza.


El amanecer que tu piel dejó de rozar el interior de la mía,

me quedé hueca de deseo.

Pero no me di cuenta hasta que dejaste de hacerlo para siempre.

Entonces fue demasiado tarde, para pensar que nunca más volvería a tener la explosión de calor radioactivo contigo.

Contigo mi cuerpo se convirtió en el ave fenix de los cuerpos, aunque nunca resurgiría con la misma intensidad.

Porque nunca sería lo mismo sin ti.

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