viernes, 21 de septiembre de 2012

Un cuento: la naranja victimista


La naranja paseaba su victimismo por las calles de la ciudad, en busca de amor.

“Seguro que alguien me amará, si doy pena con mi piel celulítica” se decía mientras soñaba con algo que pudiera acariciarla.

Y soñando…soñando…se fijó en un pájaro de bellas plumas. Sus colores se reflejaron en su piel en forma de sombras cálidas.
El pájaro se paraba de vez en cuando a su lado y aleteaba su corazón.
La naranja pensaba que emitía señales encriptadas que sólo reconocían ella y su pájaro.
La naranja creó un código de lenguaje imaginario en forma de monólogo, que se iba haciendo cada vez más real. Solo en su cabeza.
El pájaro ajeno a las fantasías de la naranja, paseaba su plumaje inocente y despreocupado. No podía ni imaginar los sentimientos de la naranja.
La naranja esperaba que el pájaro viniera cabalgando a lomos de un águila y la rescatara de su victimismo.

Pero el pájaro no era el caballero andante que ella había creado en su imaginación.
El pájaro no quería ser un salvador de víctimas.
El pájaro quería ser libre y volar.
El pájaro también quería amar, pero no a la naranja.
Y el pájaro tenía derecho a elegir.

Al darse cuenta de esto, la naranja se hundió más en su desesperado victimismo y suplicó al pájaro.
Sus súplicas, una vez más, pertenecían a mundos de dolor sutiles e imaginarios. Con la esperanza de que el pájaro los pudiera descifrar.

Pero el pájaro ya no estaba dispuesto a descifrar nada. Realmente, nunca había estado dispuesto a nada. Se alejó y nunca más volvió.

La naranja volvió a compadecerse de ella misma y continuó buscando algún verdugo al que culpar de sus desgracias.

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