Hoy iba caminando por la calle con una cola de dragón
colgada del brazo.
Imagino que esa escena podía resultar algo pintoresca para
la señora con medio kilo de laca en el pelo con la que me crucé.
Me echó una mirada como de “pobre, eso lo tuve que hacer yo
hace 25 años”
Y yo me sentí como “pobre, está recordando los tiempos que
echaba de menos hacer disfraces para sus hijos”
O quizás me miró como “¿esta loca no tiene una bolsa de
plástico para guardar esa manualidad tan mal hecha?”
Y quizás yo pensé “¿qué le pasa a esa señora? ¿es que no ha
visto una cola de dragón de gomaespuma en su vida?”
Puede ser que me echara una mirada de “esa cola de dragón
rojo no pega nada con el collar amarillo que lleva, parece la bandera de
España”
Y quizás yo pensé “podría meter la cola de dragón en su
cabeza llena de laca y se quedaría clavada como un capucho de Semana Santa”
Creo que pensó “esa cola de dragón me la llevaba yo para mis
nietos”
Y creo que yo pensé “esa mujer sigue siendo guapa a pesar de
la laca y los años”
Y así hasta el infinito.
Infinitas interpretaciones de una misma realidad.
Mucho mejor. De dos realidades diferentes.
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